Obsesión: concentramos nuestro pensamiento en lo que hace o deja de hacer el bebedor, y en que se podría hacer para que deje de beber
Ansiedad: aunque el alcohólico no parece preocuparse por las cuentas que pagar, el empleo, los hijos, o su salud, nosotros nos preocupamos mucho
Ira: cuando nos damos cuenta que el alcohólico nos miente, nos utiliza descuida sus responsabilidades, creemos que no nos quiere, tratamos de desquitarnos.
Negación: aceptamos sus promesas, volvemos a confiar, en los breves periodos de sobriedad, creemos que el problema ha desaparecido, y aunque algo nos dice que las cosas no están bien, ocultamos nuestros pensamientos y sentimientos.
Vergüenza: nos avergonzamos de las escenas que nuestro familiar hace en público. Comenzamos a aislarnos.
Culpabilidad: quizás el peor daño que nos hemos hecho es creer que el alcohólico bebe por nuestra culpa, algo hicimos, o dejamos de hacer, o no somos inteligentes pues no hemos podido resolver el problema.
El alcohólico mira la botella y el familiar mira al alcohólico, y en este accionar y reaccionar continúan interactuando. Pero la relación entre el alcohólico y su familia no es unilateral. La familia también afecta a la persona alcohólica y a su enfermedad., como hemos estado representando el papel de propiciadores, víctimas o provocadores, contribuimos sin querer a sostener la enfermedad, impidiendo que el alcohólico toque fondo y busque ayuda.